Desde sus orígenes, el capitalismo, requirió una base técnica de
producción propia que fue proporcionada por la revolución industrial, así como
determinadas relaciones de producción. Para que se dieran dichas relaciones fue
necesario establecer una ética del trabajo que promoviera la disciplina y la
obediencia de los trabajadores al capital.
A principios del siglo XX, en Estados Unidos, un grupo de ingenieros
mecánicos preocupados por la escasez e indisciplina (organización y capacidad
de resistencia) de los trabajadores, el dominio del oficio por parte de un
sector de los trabajadores, así como por la necesidad de incrementar la
productividad de las empresas se plantearon la tarea de buscar formas de
producción que permitiesen resolver estos problemas. Podemos decir que fue
Frederick W. Taylor, en su obra Principios de la administración científica
quien recupero y sintetizó el espíritu del capital norteamericano.
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